Biografía de Nicolás Maquiavelo.
Nicolás Maquiavelo fue un filósofo que nació el 3 de mayo de 1469 en Florencia, Italia. Su familia se apodaba Machiavelli.
La caída de los Medici hizo que a Maquiavelo le concedieran un cargo como funcionario público debido a su gran ingenio, llegando a ser canciller, en los cargos públicos ocupó 18 años.
Su caída se produjo después de la creación de la liga santa que quería expulsar a los franceses y un año después los Medici volvieron a gobernar Florencia y Maquiavelo fue cesado de su cargo y sentenciado a muerte, pero lo indultaron. Esto hizo que perdiera su prestigio.
Se le considera un pionero del pensamiento político. Su principal obra llamada “El Príncipe” catalogada como un tratado político aún usado en nuestro tiempo, se escribió en el año 1513 mientras estaba exiliado en las colinas de San Casciano, se publicó Post Mortem en 1531. Murió en junio de 1527.
Peyorativamente se conoce el término maquiavélico en referencia al pensamiento de Nicolás Maquiavelo y se asocia a hacer algo con astucia y maldad.
Las Mejores Frases de Maquiavelo.
A los hombres se les ha de mimar o aplastar, pues se vengan de las ofensas ligeras, ya que de las graves no pueden: la afrenta que se hace a un hombre debe ser tal que no haya ocasión de temer su venganza.
Ante todo, ármate.
Aunque el engaño sea detestable en otras actividades, su empleo en la guerra es laudable y glorioso, y el que vence a un enemigo por medio del engaño merece tantas alabanzas como el que lo logra por la fuerza.
Cada uno ve lo que parece, pero pocos palpan lo que eres.
Castigar a uno o dos transgresores para que sirva de ejemplo es más benévolo que ser demasiado compasivo.
Creo que el verdadero modo de conocer el camino al paraíso es conocer el que lleva al infierno, para poder evitarlo.
Cuando la voluntad es grande, las dificultades no lo son.
Cuando se hace daño a otro es menester hacérselo de tal manera que le sea imposible vengarse.
Cuando uno ha sido buen amigo, encuentra buenas amistades aun a pesar suyo.
Cuando veáis al servidor pensar más en sus propios intereses que en los vuestros, y que interiormente busca sus propios beneficios en todas las cosas, ese hombre nunca será un buen sirviente, ni jamás podréis confiar en él.
Cuanta más arena ha escapado del reloj de arena de nuestra vida, más claramente deberíamos ver a través de él.
De la humanidad podemos decir en general que son volubles, hipócritas y codiciosos de ganancia.
De la misma manera que se necesitan las leyes para conservar las buenas costumbres, éstas son necesarias para el mantenimiento de las leyes.
De vez en cuando las palabras deben servir para ocultar los hechos.
Debe estimarse muy poco vivir en una ciudad donde las leyes pueden menos que los hombres.
Dios no quiere hacerlo todo, para no quitarnos el libre albedrío y aquella parte de gloria que os corresponde.
Divide para reinar.
Donde hay buena disciplina, hay orden y rara vez falta la buena fortuna.
Donde la voluntad es grande, las dificultades no pueden ser grandes.
El cielo, el sol, los elementos, los hombres, han sido siempre los mismos.
El deseo de adquirir es cosa extraordinaria. Los hombres que adquieren cuando pueden hacerlo serán alabados y nadie los censurará. Pero cuando no pueden, serán tachados de error y todos vituperarán.
El fin justifica los medios.
El hombre prudente siempre debe seguir el camino pisado por los grandes hombres e imitar a los más excelentes, de modo que si no alcanza su grandeza, al menos recibirá algo de ella.
El hombre sabio hace a la primera lo que el necio hace a la última.
El hombre sabio procurará que sus actos parezcan siempre voluntarios y no forzados, por mucho que pueda obligarle la necesidad de realizarlos.
El león no puede protegerse de las trampas y el zorro no puede defenderse de los lobos. Uno debe ser por tanto un zorro para reconocer trampas y león para asustar a los lobos.
El mal se hace todo junto y el bien se administra poco a poco.
El mejor procedimiento para sostener un estado consiste en poseer armas propias, halagar a los súbditos y mantener amistad con los vecinos.
El odio produce temor, del temor se pasa a la ofensa.
El primer método para estimar la inteligencia de un gobernador es mirar los hombres que tiene a su alrededor.
El príncipe prudente debe preferir rodearse de hombres de buen juicio a los que dará la libertad de decirle la verdad.
El príncipe, cuando es querido por el pueblo, debe cuidarse poco de las conspiraciones; pero cuando tiene enemigos y es aborrecido, debe cuidarse de todo y de todos.
El que es elegido príncipe con el favor popular debe conservar al pueblo como amigo.
El que no coloca los cimientos con anticipación podría colocarlos luego si tiene talento, aún con riesgo de disgustar al arquitecto y de hacer peligrar el edificio.
El que no detecta los males cuando nacen, no es verdaderamente prudente.
El que quiere ser obedecido debe saber mandar.
El que quiere ser tirano y no mata a Bruto y el que quiere establecer un Estado libre y no mata a los hijos de Bruto, sólo por breve tiempo conservará su obra.
El vulgo se deja seducir siempre por la apariencia y el éxito.
El vulgo se toma siempre por las apariencias y el mundo se compone fundamentalmente de lo vulgar.
En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven.
En tiempos de paz hay que pensar en la guerra.
En todas las cosas humanas, cuando se examinan de cerca, se demuestra que no pueden apartarse los obstáculos sin que de ellos surjan otros.
En un gobierno bien constituido, la guerra, la paz y las alianzas son discutidas en tanto cuanto sirvan no para la satisfacción de unos pocos, sino para el bien común.
Es central saber disfrazar bien las cosas y ser maestro en el fingimiento.
Es de gran importancia disfrazar las propias inclinaciones y desempeñar bien el papel de hipócrita.
Es doblemente placentero mentir al impostor.
Es imposible que los que mandan sean reverenciados por los que desprecian a Dios.
Es mejor actuar y arrepentirse que no actuar y arrepentirse.
Es mucho más seguro ser temido que amado porque el amor es preservado por el vínculo de obligación que, debido a la bajeza de los hombres, se rompe en cada oportunidad para su ventaja; pero el miedo te preserva por un temor de castigo que nunca falla.
Es necesario para aquel quien establece un estado y organiza leyes, que presuponga que todos los hombres son malos y que siempre van a actuar de acuerdo con la maldad de sus espíritus cada vez que tienen libre el camino.
Es un mal ejemplo no observar una ley, sobre todo por parte del que la ha hecho.
Es defecto común de los hombres no preocuparse por la tempestad durante la bonanza.
Fácil es hacerles creer una cosa, pero difícil hacerles persistir en su creencia.
Guerra justa es aquella que es necesaria.
Hay que hacer comprender a los hombres que no te ofenden si te dicen la verdad; pero cuando todo el mundo puede decírtela te falta el respeto.
Hay tres clases de cerebros: el primero discierne por sí, el segundo entiende lo que los otros disciernen y el tercero no entiende ni discierne lo que los otros disciernen. El primero es excelente, el segundo bueno y el tercero inútil.
Hay tres modos de conservar un Estado que, antes de ser adquirido, estaba acostumbrado a regirse por sus propias leyes y a vivir en libertad: primero, destruirlo, después, radicarse en él; por último, dejarlo regir por sus leyes, obligarlo a pagar un tributo y establecer un gobierno compuesto por un corto número de personas, para que se encargue de velar por la conquista.
Jamás persona alguna de humilde estado ha ganado gran poder sólo por medio de la fuerza, pero sí sólo con la astucia.
La experiencia siempre ha demostrado que jamás suceden bien las cosas cuando depende de muchos.
La firme decisión demuestra que la fortuna no tiene ningún poder sobre ella.
La forma en que vivimos es tan diferente de cómo debemos vivir que el que estudia lo que debe hacerse en lugar de lo que se hace, aprenderá el camino hacia su caída más que a su preservación.
La guerra debe ser el único estudio de un príncipe. Debe considerar la paz sólo como un tiempo de respiración, que le da tiempo para inventar, y proporciona la capacidad de ejecutar planes militares.
La guerra es solo cuando es necesario; las armas son permisibles cuando no hay esperanza excepto en las armas.
La habilidad y la constancia son las armas de la debilidad.
La liberalidad se devora a sí misma, pues a fuerza de ejercerse se agota.
La mayoría de los hombres, mientras no se les prive de sus bienes y de su honor, viven felices; entonces, el príncipe es libre para combatir la ambición de las minorías.
La naturaleza de los hombres soberbios y viles es mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad.
La naturaleza de los pueblos es muy poco constante: resulta fácil convencerles de una cosa, pero es difícil mantenerlos convencidos.
La patria se debe defender siempre con ignominia o con gloria, y de cualquier manera estará defendida.
La paz con la esclavitud es más pesada carga que la guerra con libertad.
La política no tiene relación con la moral.
La promesa dada fue una necesidad del pasado; la palabra rota es una necesidad del presente.
La sabiduría consiste en saber distinguir la naturaleza del problema y en elegir el mal menor.
La tardanza nos roba a menuda la oportunidad y roba nuestras fuerzas.
Las armas se deben reservar para el último lugar, donde y cuando los otros medios no basten.
Las injusticias se deben hacer todas a la vez a fin de que, por probarlas menos, hagan menos daño, mientras que los favores deben hacerse poco a poco con el objetivo de que se aprecien mejor.
Las leyes no deben mirar hacia cosa ya pasada, sino proveer para las futuras.
Las personas deben ser acariciadas o aplastadas. Si les haces un daño menor obtendrás su venganza; pero si los lisias no hay nada que puedan hacer.
Las viejas ofensas no se borran con beneficios nuevos, tanto menos cuanto el beneficio es inferior a la injuria.
Los cimientos principales de todos los estados son las buenas leyes y las buenas armas, y no puede haber buenas leyes donde no hay buenas armas.
Los ejércitos mercenarios y los auxiliares son inútiles y peligrosos.
Los Estados que se forman de repente no tienen las raíces necesarias para consolidarse. El primer golpe de la adversidad lo arruina.
Los hombres intrínsecamente no confían en nuevas cosas que no han experimentado por sí mismos.
Los hombres ofenden antes al que aman que al que temen.
Los hombres olvidan con mayor rapidez la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio.
Los hombres que no obran bien siempre andan temiendo que otros les respondan con las acciones que las propias suyas se merecen.
Los hombres rara vez tienen el valor suficiente para ser o extremadamente buenos o extremadamente malos.
Los hombres se conducen principalmente por dos impulsos; o por amor o por miedo.
Los hombres son tan simples y se sujetan a la necesidad en tanto grado, que el que engaña con arte halla siempre gente que se deja engañar.
Los hombres trabajan o por necesidad o por elección, y se sabe que la virtud tiene mayor imperio donde se trabaja más por necesidad que voluntariamente.
Los hombres van de una ambición a otra: primero, buscan asegurarse contra el ataque y luego, atacan a otros.
Los hombres, en general, juzgan más con los ojos que con las manos. Todos pueden ver, pero pocos tocar. Todos ven lo que pareces ser, pero pocos saben lo que eres; y estos pocos no se atreven a oponerse a la opinión de la mayoría, que se escuda detrás de la majestad del Estado.
Los odios de los hombres generalmente nacen del temor o de la envidia.
Los príncipes deben ejecutar a través de otros las medidas que puedan acarrearles odio, y ejecutar por sí mismos aquellas que les reportan el favor de los súbditos.
Los príncipes y gobiernos son mucho más peligrosos que otros elementos en la sociedad.
Los pueblos son ricos cuando viven como pobres, y cuando nadie se preocupa de lo que le falta, sino de lo que tiene necesidad.
Las Mejores Frases de Albert Einstein
Los pueblos, aunque ignorantes, son capaces de comprender la verdad, y fácilmente ceden cuando la demuestra un hombre digno de fe.
Nada grandioso fue jamás conseguido sin peligro.
No es preciso que un príncipe posea todas las virtudes citadas, pero es indispensable que aparente poseerlas.
No estoy interesado en preservar el status quo; quiero derrocarlo.
No hay guerra que evitar; solo puede ser pospuesta en la ventaja de otros.
No hay manera de evitar la adulación que hacer entender a los hombres que no existe ofensa al decir la verdad.
No hay nada más difícil de llevar a cabo, más peligroso de conducir o más incierto en su éxito que llevar la iniciativa en la introducción de un nuevo orden de cosas.
No hay nada más importante que aparentar ser religioso.
No hay otra forma que protegerte a ti mismo de la adulación que hacer entender a los demás que decirte la verdad no te ofenderá.
No hay que atacar al poder si no tienes la seguridad de destruirlo.
No pasa de ser natural que los príncipes deseen extender sus dominios, y cuando no intentan nada más que lo que pueden lograr, son aplaudidos. Sin embargo, si son incapaces de lograrlo, se les condena, y a decir verdad, no sin razón.
No puede haber grandes dificultades cuando abunda la buena voluntad.
No siempre las buenas acciones son oportunas y eficaces.
No son los títulos los que honran a los hombres, sino que los hombres honran a los títulos.
No te asustes en la adversidad.
Nunca intentes ganar por la fuerza lo que puede ser ganado por la mentira.
Porque así como aquellos que dibujan se colocan abajo, en el llano, para considerar la naturaleza de los montes y de los lugares elevados y, para considerar la de los bajos, se colocan en lo alto, sobre los montes, igualmente para conocer bien la naturaleza de los pueblos, es necesario ser príncipe, y para conocer bien la de los príncipes, es necesario ser del pueblo.
Puede combinarse perfectamente el ser temido y el no ser odiado.
Que nadie provoque desórdenes en una ciudad en la ilusión de que luego podrá frenarlos a su antojo o encauzarlos según sus deseos.
Quien desee éxito constante debe cambiar su conducta con los tiempos.
Resulta que cuando todos pueden decir la verdad, faltan al respeto. Por lo tanto, un príncipe prudente debe preferir una tercera vía: rodearse de los hombres de buen juicio.
Se es odiado tanto por las buenas obras como por las infames.
Si el partido principal, sea el pueblo, el ejército o la nobleza, que os parece más útil y más conveniente para la conservación de vuestra dignidad está corrompido, debéis seguirle el humor y disculparlo. En tal caso, la honradez y la virtud son perniciosas.
Si quien gobierna no reconoce los males hasta que los tiene encima, no es realmente sabio.
Si una lesión tiene que ser hecha a un hombre, debería ser tan severa que su venganza no necesite ser temida.
Solamente es duradero un dominio que sea voluntario.
Todo hombre que intente ser bueno todo el tiempo está destinado a venirse a la ruina entre el gran número que no son buenos. De ahí que un príncipe que quiera conservar su autoridad debe aprender a no ser bueno, y usar ese conocimiento, o abstenerse de usarlo, como la necesidad lo requiera.
Todos los estados bien gobernados y todos los príncipes inteligentes han tenido cuidado de no reducir a la nobleza a la desesperación, ni al pueblo al descontento.
Todos los profetas armados han triunfado; todos los desarmados han perecido.
Un buen ciudadano, por amor al bien público, olvida las injurias personales.
Un cambio siempre deja el camino abierto para el establecimiento de otros.
Un gobernante prudente no puede, y no debe, cumplir su palabra cuando lo pone en desventaja.
Un príncipe debe tratar a los demás, con tacto, incluso con respeto en todo momento, para no tener que revelar sus intenciones, mientras intenta averiguar sus errores o sus engaños.
Un príncipe jamás predica otra cosa que concordia y buena fe; y es enemigo acérrimo de ambas, ya que, si las hubiese observado, habría perdido más de una vez la fama y las tierras.
Un príncipe no debe tener otro objetivo, ni otra preocupación, ni debe considerar como suyo otro estudio que el de la guerra, su organización y su disciplina. Porque éste es un arte necesario exclusivamente para quien manda.
Un príncipe nunca carece de razones legítimas para romper sus promesas.
Un príncipe que no es sabio no puede ser bien aconsejado y, por ende, no puede gobernar.
Un príncipe que no se preocupe del arte de la guerra, aparte de las calamidades que le pueden acaecer, jamás podrá ser apreciado por sus soldados ni tampoco fiarse de ellos.
Un príncipe que tenga una ciudad fuerte y que no sea odiado por su pueblo no puede ser atacado.
Un príncipe, para conservar el poder, es a menudo obligado a ser perverso.
Un retorno a los primeros principios en una república a veces es causado por las simples virtudes de un hombre. Su buen ejemplo tiene tal influencia que los hombres buenos se esfuerzan por imitarlo, y los impíos se avergüenzan de llevar una vida tan contraria a su ejemplo.
Un signo de inteligencia es a menudo la certeza de la ignorancia de uno mismo.
Una ley no debe nunca conculcar la fe empeñada en los pactos públicos.
Uno debe asegurarse de que las personas necesiten al príncipe, especialmente si llega un momento de necesidad.
Vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y arrepentirse.
Yo no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo, y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras, que es difícil reconocerla.