Biografía de Ricardo Piglia.
Ricardo Emilio Piglia Renzi conocido como Ricardo Piglia nació el 24 de noviembre de 1941 en Adrogué, Buenos Aires, Argentina. Fue profesor, crítico y autor de literatura que navegó entre la novela, el relato y el ensayo. Sus diarios autobiográficos llamados Los diarios de Emilio Renzi fueron muy populares.
En la Universidad Nacional de la Plata estudió Historia, se traslada a Buenos Aires y en 1967 publica su primer libro de relatos “La Invasión” que antes tenía el nombre de Jaulario, pero su gran éxito llega con “Respiración Artificial” en 1980.
Algunos libros importantes fueron los Diarios de Emilio Renzi, Ciudad Ausente, Plata Quemada, Antología Personal, Blanco Nocturno y el Camino de Ida que fue su última novela.
Recibió muchos Premios entre los cuales destacan Premio Planeta Argentina en 1997, Premio Rómulo Gallegos en 2011, Premio Internacional de Novela Dashiell Hammett en 2011, Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores en 2012, Premios Konex y Premio Fomentor de las letras en 2015.
Fue profesor en la Universidad de Buenos Aires, también en los Estados unidos en las Universidades de California, Harvard y Princeton. Fue guionista y Co-guionista en algunas producciones.
Regresó a Argentina en 2011, Ricardo Piglia murió de esclerosis lateral amiotrófica el 6 de enero de 2017 y es considerado como uno de los mejores escritores de este siglo.
Las Mejores Frases de Ricardo Piglia.
¡También los paranoicos tienen enemigos!.
¿Cómo se convierte alguien en escritor, o es convertido en escritor? No es una vocación, a quién se le ocurre, no es una decisión tampoco, se parece más bien a una manía, un hábito, una adicción, si uno deja de hacerlo se siente peor, pero tener que hacerlo es ridículo, y al final se convierte en un modo de vivir como cualquier otro.
¿Cuántos años y qué luchas internas habían exigido el perfeccionamiento de ese tipo de gestos de fingido desasosiego?.
¿De qué sirve, joven, contar, si no es para borrar de la memoria todo lo que no sea el origen y el fin? Nada entre el origen y el fin, nada, una planicie, árida, la salina, entre él y yo, nada, la vastedad más inhóspita, entre el suicida y el sobreviviente.
¿Y qué es en definitiva la biografía de un escritor sino la historia de las transformaciones de su estilo?.
Ahora sobrevivo y mi sueño está tan cerca de la vigilia que apenas si se puede llamar sueño.
Aprendí a guardarme el odio adentro.
Así somos él y yo, tal vez le sirva, (…), tipos sin arraigo, gente anacrónica, los últimos sobrevivientes de una estirpe en disolución.
Como se sabe, desde finales del siglo XIX uno nunca es uno, nunca es el mismo, y no creo que exista una unidad concéntrica llamada Yo o que se pueda sintetizar bajo una forma pronominal llamada Yo los múltiples modos de ser de un sujeto.
Como siempre, me refugio en los libros, me saco de encima los problemas (este mes, el alquiler, el futuro económico) y entro en unos recintos amurallados donde experimento los modos de mi propia locura.
Contar es entonces para mí un modo de borrar de los afluentes de mi memoria aquello que quiero mantener alejado para siempre de mi cuerpo.
Curioso el olvido que me borra una frase en el momento en que estoy por escribirla. En el lugar de esa pérdida hay otra frase que ya no recuerdo ni reconozco. La escritura ausente.
Decidí no despedirme de nadie. Despedirse de la gente me parece ridículo. Se saluda al que llega, al que uno encuentra, no al que se deja de ver […] Todo lo que hago me parece que lo hago por última vez.
El arte de narrar es el arte de la percepción errada y de la distorsión. El relato avanza siguiendo un plan férreo e incomprensible y recién al final surge en el horizonte la visión de una realidad desconocida: el final hace ver un sentido secreto que estaba cifrado y como ausente en la sucesión clara de los hechos.
El arte es extrañamiento: una manera nueva de mirar lo que ya vimos.
El coraje es directamente proporcional a la voluntad de morir.
En el fondo de la trama de un relato se esconde siempre la esperanza de una epifanía. Se espera algo inesperado y eso es cierto también para el que escribe la historia.
En la Argentina, en 1967, ser joven suponía repudiar esa edad irresponsable en la que se aprenden delicadamente las reglas del juego.
En todo escritor se esconde en potencia un terrorista. Ejemplo: Roberto Arlt. Un terrorista porque no puede nunca escapar al sentimiento de ilegitimidad, de vida clandestina, de hombre perseguido.
Entonces comprendí lo que ya sabía: lo que podemos imaginar siempre existe, en otra escala, en otro tiempo, nítido y lejano, igual que en un sueño.
Es necesario insistir: La evasión es en sí misma un defecto o una virtud. Todo depende de cómo volvamos de la evasión: si más fortalecidos para nuestra actitud frente al mundo o más deteriorados y desintegrados para nuestra vida.
Escribir una carta es enviar un mensaje al futuro; hablar desde el presente con un destinatario que no está ahí, del que no se sabe cómo ha de estar (en qué ánimo, con quién) mientras le escribimos y, sobre todo, después: al leernos. La correspondencia es la forma utópica de la conversación porque anula el presente y hace del futuro el único lugar posible del diálogo.
Estoy convencido de que nunca nos sucede nada que no hayamos previsto, nada para lo que no estemos preparados. Nos han tocado malos tiempos, como a todos los hombres, y hay que aprender a vivir sin ilusiones.
Hay algo en los diarios en que la figura del escritor se asemeja a un espía incursionando en un territorio enemigo.
Hay hombres sobrios y aplomados, a los que la desgracia los quiebra por adentro, sin que se vea.
Hay pocas ideas en las Universidades, hay pocas ideas en todos lados, pero todos creen que eso que piensan es una idea. Ideas pocas, hipótesis originales escasísimas, oro fino; el robo es el fantasma que recorre las universidades europeas y no solo europeas.
La correspondencia es un género perverso: necesita de la distancia y de la ausencia para prosperar.
La droga es la mercancía por excelencia, el lugar donde la sociedad condensa esta relación entre consumidor y producto: todas las otras mercancías aspiran a construir adictos. La droga, repudiada por toda la sociedad, es al mismo tiempo su metáfora más perfecta. Pero, más allá de esa mirada moralizante, aparece la noción de que ahí existe una metáfora de la sociedad.
La escritura es el lugar donde los borradores de la vida son posibles.
La experiencia de la enfermedad es la de la injusticia en estado puro: ‘¿Por qué a mí?’, se pregunta uno, y cualquier explicación es ridícula y no tiene sentido. La sensación de injusticia llama a la rebelión y a la lucha, entonces uno no se queja y eso es un alivio.
La experiencia, se había dado cuenta, es una multiplicación microscópica de pequeños acontecimientos que se repiten y se expanden, sin conexión, dispersos, en fuga.
La ficción se asocia con el ocio, la gratuidad, el derroche de sentido, lo que no se puede enseñar; se asocia con el exceso, con el azar, con las mentiras de la imaginación…
La historia de mi padre no es la historia que quiero contar. La convención pide que yo les hable de mí pero el que escribe no puede hablar de sí mismo.
La ilusión es una forma perfecta. No es un error, no se la debe confundir con una equivocación involuntaria. Se trata de una construcción deliberada, que está pensada para engañar al mismo que la construye. Es una forma pura, quizá la más pura de las formas que existen. La ilusión como novela privada, como autobiografía futura.
La literatura es una forma privada de la utopía.
La literatura se construye sobre las ruinas de la realidad.
La literatura también es eso: una relación con la experiencia donde uno está al mismo tiempo viviendo y registrando.
La mayor incomodidad de esta historia es ser cierta. Se equivocan los que creen que es más fácil contar hechos verídicos que inventar una anécdota, sus relaciones y sus leyes.
La mejor historia del mundo es la más fácil de contar.
La narración, en general, establece en la experiencia caótica y confusa que tenemos de la vida la sensación de una linealidad, de una causalidad. Uno podría tomar esa metáfora para decir que la política estatal establece ese tipo de tradiciones de organizar un sistema de causalidades y que también podría encontrarse eso en el discurso periodístico.
La Novela y el Estado. Dos espacios irreconciliables y simétricos. En un lugar se dice lo que en el otro se calla. La literatura y la política, dos formas antagónicas de hablar de lo que es posible.
La poesía influye sobre los que leemos y escribimos, es el alma de la literatura, en donde se sostiene. Todos somos deudores de la experiencia de los poetas. Cuando digo todos, hablo de los narradores, los ensayistas. Es en la poesía donde está mejor dicho todo.
La policía siempre actúa con la certeza de que los pistoleros son como ellos, es decir, que los pistoleros tienen el mismo equilibro inestable de decisión y de cautela que tiene un hombre común al que le dan un uniforme que representa la autoridad y le dan un arma mortal y el poder de usarla.
La realidad, es sabido, tiene una lógica esquiva; una lógica que parece, a ratos, imposible de narrar.
La traición produce ese momento que es como un flash, sobre quiénes son los buenos, quiénes son aquellos en quienes se podía confiar.
La verdad tiene la estructura de una ficción donde otro habla. Hay que hacer en el lenguaje un lugar para que el otro pueda hablar.
Las ciudades de la literatura han existido pero ya están destruidas. Todas son como la Ítaca de Odiseo, lugares reales que se han perdido. Por eso cuando uno recorre un lugar que ha leído sólo encuentra fragmentos, como si se tratara de recuerdos de infancia.
Las cosas nunca salen como uno las piensa, la suerte es más importante que el coraje, más importante que la inteligencia y las medidas de seguridad.
Las listas siempre me han tranquilizado, como si al anotarlas me olvidara del mundo y, en algunos casos, como si anotar fuera ya hacer lo que imagino o prometo, contento entonces, como si la novela cuyos capítulos he anotado ya estuviera escrita.
Lo difícil no es perder algo, sino elegir el momento de la pérdida.
Lo esencial de un diario es que no se corrige, es lo más parecido a la noción surrealista de la escritura automática, uno escribe en el momento, se deja llevar por un impulso espontáneo casi demencial.
Los acontecimientos no son nunca directos, cuando llegan ya han sido interpretados, por relatos de otros, por versiones inciertas, por voces que llegan del pasado y también, muy a menudo, por libros.
Los héroes deciden enfrentar lo imposible y resistir, y eligen la muerte como destino.
Los lectores somos como una sociedad secreta que se encuentra e intercambia libros.
Mi ilusión literaria ha sido intentar escribir cada libro como si fuera un escritor distinto.
Miro críticamente ciertas decisiones de mi vida que fueron tomadas en función del futuro de mi literatura. Por ejemplo, vivir sin nada, sin propiedades, sin nada material que me ate y me obligue. Para mí elegir es desechar, dejar de lado. Ese tipo de vida define mi estilo, despojado, veloz. Hay que tratar de ser rápido y estar dispuesto a dejar todo y escapar.
Nadie ha estado nunca tan solo como el enamorado que se despide para siempre de la mujer con la que ha vivido cinco años.
Narrar, decía mi padre, es como jugar al póker. Todo el secreto consiste en parecer mentiroso cuando se está diciendo la verdad.
No es cierto, entonces, que el dinero corrompa; son la corrupción y la muerte las que han producido al dinero y lo han erigido en el Rey de los hombres.
No me gustan las confesiones, hay que darles un giro irónico a las intimidades.
No me parece que un escritor escriba mejor a medida que avanza o que mejore con los años (a menudo es más bien al revés). A la larga pensamos que escribimos distinto y siempre escribimos del mismo modo, con los mismos errores y los mismos – escasos y siempre sorpresivos – aciertos.
No podemos pensar que la locura sea tan ajena; siempre hay momentos en los que uno pierde la calma, o pierde el sistema de referencias, y se producen situaciones que uno podría considerar como irracionales. Pero en el caso de la novela, estos personajes están siempre ahí. Están instalados en un espacio como si no tuvieran vida cotidiana, como si no tuvieran nada fuera de esa obsesión.
No saben quejarse, son ceremoniosos y gentiles, piensan que los demás actuarán con la misma magnanimidad que ellos usan en la vida. El punto de máxima ruptura se produce cuando empieza el desengaño.
No te preocupes de la opinión pública. No te preocupes del pasado. No te preocupes del dinero. Del pasado. Del futuro. De hacer carrera. De que otros te superen. De triunfar. De fracasar. De los mosquitos. De las moscas.
Para mí, solo valen los diarios escritos contra uno mismo.
Paso la noche sin dormir, recurro, parece ser, al insomnio: he sido inmune toda mi vida a perder el sueño.
Pero la diferencia es abismal, es la misma diferencia que existe entre luchar para vencer y luchar para no ser derrotado.
Pienso que lo mejor que he escrito en estos cuadernos ha sido resultado de la espontaneidad, de la improvisación, nunca sé lo que voy a escribir y a veces, esa incertidumbre se convierte en estilo.
Podría por ejemplo contar mi vida a partir de la repetición de las conversaciones con mis amigos en un bar.
Por eso, tal vez, los voy a llamar mis años felices, porque al leerlos y al transcribirlos me divertí viendo lo ridículo que es uno; hice sin querer de mi experiencia una sátira de la vida en general y también en particular.
Reescribir viejas historias tratando de que sigan iguales a lo que fueron es una benévola utopía literaria, más benévola en todo caso que la esperanza de inventar siempre algo nuevo.
Sentía inclinación por lo que uno llama tipos fracasados, dijo. Pero ¿Qué es, dijo, un fracasado? Un hombre que no tiene quizás todos los dones, pero sí muchos, incluso bastantes más que los comunes en ciertos hombres de éxito. Tiene esos dones, dijo, y no los explota. Los destruye. De modo, dijo, que en realidad destruye su vida.
Siempre he pensado que estos cuadernos tenían que ser la historia del espíritu absoluto de un individuo cualquiera. Espíritu porque lo que importa existe fuera de la materialidad inmediata, porque así es mi decisión de convertirme en un escritor.
Siempre me ha intrigado el modo irreal pero matemático en que ordenamos los días.
Sigo leyendo y escribiendo. Estoy de buen ánimo porque sigo dándole poca importancia a la realidad.
Sigue siendo lo mismo, son horas de gran plenitud que están en el centro de mi vida. Lo difícil es, como siempre, pasar del otro lado, entrar en la escritura y dejar en suspenso lo real.
Sólo en la mente de los traidores y de los viles, de los hombres como yo, pueden surgir los bellos sueños que llamamos utopías.
Sólo lo imprevisto hace posible, para mí, la felicidad.
Soy dos personas, el que escribe y el que espera publicar.
Sufro esa clásica desventura: haber querido apoderarme de esos documentos para descifrar en ellos la certidumbre de una vida y descubrir que son los documentos los que se han apoderado de mí y me han impuesto sus ritmos y su cronología y su verdad particular.
Tengo que comprender que solo mi literatura interesa, y que aquello que se le opone debe ser dejado de lado y abandonado, como he hecho siempre desde el principio. Esta es mi única lección moral. Lo demás pertenece a un mundo que no es el mío. Soy alguien que se ha jugado la vida a una sola baraja.
Todas las historias del mundo se tejen con la trama de nuestra propia vida.
Todo es más nítido en la literatura, todo parece más amplio y misterioso.
Un relato en definitiva puede entenderse como un modo de establecer relaciones de causa-efecto que parezcan naturales. La narración, en general, establece en la experiencia caótica y confusa que tenemos de la vida la sensación de una linealidad, de una causalidad.
Una calma que se define para mí como ausencia de pensamientos. No pensar para poder escribir, o mejor, escribir para lograr pensamientos no del todo pensados que definen siempre el estilo de un escritor.
Una ilusión suplementaria podría hacernos pensar que al reescribir los relatos que concebimos en el pasado volvemos a ser lo que fuimos en el momento de escribirlos.
Vine a este pueblo hace más de treinta años y desde entonces estoy de paso. Estoy siempre de paso, soy lo que se dice un ave de paso, sólo que permanezco siempre en el mismo lugar. Permanezco siempre en el mismo lugar pero estoy de paso.
Ya el almanaque es una prisión insensata sobre la experiencia porque impone un orden cronológico a una duración que fluye sin ningún criterio. El calendario encarcela los días y es probable que esa manía clasificatoria haya influido en la moral de los hombres.
Yo veo la sociedad como una red de narraciones; no sólo es una red de intercambios económicos o sentimentales, sino también una trama de relatos.